El 17 de febrero, pero de 1913, iniciaba una corta pero gloriosa
carrera como aviador, abruptamente interrumpida poco más de tres años después.
Como muchos pioneros colegas suyos, pagó con su vida la osadía de desafiar la
condición humana.
Silvio Pettirossi, juntamente con el argentino Newbery, el brasileño Dumot y
el peruano Chávez, integró el cuarteto de pioneros de la aviación suramericana.
A menos de tres meses de haberse llevado a cabo el primer vuelo de aviación en
el Paraguay (Marcel Paillette, 24 de noviembre de 1912), el paraguayo Silvio
Pettirossi obtuvo su brevet n.º 1128 de piloto civil, otorgado por el Aero Club
de Francia.
Con ese documento, tenía ganado su lugar en la historia de la aviación como
uno de los pioneros de aquellos años heroicos, protagonizados por hombres con
agallas que, montados en frágiles aparatos, un poco más grandes que pandorgas,
surcaron los cielos del mundo para cumplir el viejo sueño del hombre: remontar
vuelo como las aves.
Un joven inquieto
Silvio Pettirossi Pereira nació en Asunción, el 16 de junio de 1887, en el
hogar de una acomodada familia, compuesta por el inmigrante italiano Antimo
Pettirossi y doña Rufina Pereira Roldán. De niño, fue enviado a estudiar a
Italia en los colegios de la pequeña ciudad de Spoleto y de Viterbo, ambas
cercanas a Roma. Posteriormente, de regreso al país, culminó sus estudios en
colegios asunceños.
Desde joven, Silvio Pettirossi se caracterizó por ser un muchacho bastante
inquieto y temerario. Tal vez de lecturas de obras vernianas o, tal vez,
conocedor de las hazañas de los hermanos Wright, no dudaba en arrojarse en
rústicos paracaídas hechos con lonas de los barrancos aledaños a la quinta
Caballero.
Su intrepidez lo llevó, en 1904, a enrolarse en filas revolucionarias y, por
su destacada actuación, obtuvo el grado de alférez en comisión. Finalizado el
movimiento revolucionario, viajó a Buenos Aires, donde activó en política,
trabajando a favor de un amigo de su familia: el influyente senador Benito
Villanueva. En reconocimiento a sus servicios, el señor Villanueva le consiguió
un puesto en la Oficina bonaerense de Inmigración.
Coincidente con su presencia en Buenos Aires, varios acontecimientos —entre
ellos la presencia de aviadores franceses que se sumaban a la celebración del
centenario de la Independencia y las consiguientes demostraciones aéreas—
avivaron aún más la vocación de nuestro compatriota.
El Gobierno argentino contrató a instructores europeos y formó a sus primeros
pilotos, entre quienes se destacó Jorge Newbery, con quien estrechó lazos
amistosos y quien le introdujo en los conocimientos técnicos de la aviación. Sus
condiciones naturales de aprendizaje y asimilación le llevaron a conocer "a la
perfección, con lujo de detalles, la constitución celular de los más modernos
aviones que la incipiente industria aeronáutica universal lanzaba al campo de
experimentación", según su biógrafo Leandro Aponte. Inclusive, en más de una
ocasión, acompañó a Newbery a realizar vuelos experimentales y le animó a
realizar cursos de aviación, de ser posible en Francia, entonces a la vanguardia
de la industria aérea.
Gestiones para estudiar aviación
De regreso al país, Pettirossi realizó las gestiones para obtener apoyo
gubernamental, para realizar sus estudios aun a costa del disgusto de sus
padres, que desaprobaban los proyectos del joven.
Tozudo como él solo, logró
interesar a varias personalidades del mundo político, ministros, militares,
parlamentarios, quienes acogieron favorablemente los propósitos de Pettirossi.
Ya con la cuasi aprobación del Gobierno para enviar a Pettirossi a Francia,
consiguió a regañadientes el permiso familiar para hacerlo.
Así, un día de la segunda mitad de 1912, el joven y entusiasta Silvio
Pettirossi Pereira abordó en el puerto capitalino el buque que lo condujo a
Buenos Aires para allí abordar el transatlántico que le llevaría a Francia.
El gobierno le había concedido una beca, y le dotó de dinero suficiente para
adquirir un biplano Farman y dos monoplanos Bleriot, versión militar, además de
repuestos y elementos que servirían para la instalación en nuestro país de una
escuela de aviación militar.
Rumbo a Francia
El 4 de octubre de 1912, Pettirossi se embarcó en Buenos Aires rumbo a
Europa. Llegado a destino, se encontró con la ingrata noticia de que en Francia
aún no existía una escuela de aviación militar —como habían informado en la
Legación francesa— y que los militares de aviación franceses practicaban
aviación en escuelas privadas.
Gestiones realizadas desde Asunción ante las autoridades francesas
posibilitaron que el joven paraguayo ingresara a la escuela Depperdussin, que
funcionaba en el Aeródromo de la Champagne, en Reims, Francia, un enorme campo
para evoluciones aéreas en el que existía una cincuentena de hangares y donde
practicaban famosos aviadores franceses de entonces.
Aciago inicio
Según relata el mayor Aponte, el primer contacto que Pettirossi tuvo con el
mundo de la aviación "fue de lo más desagradable e impresionante, pues el día de
su ingreso coincidió con el desgraciado accidente sufrido por el jefe piloto de
la fábrica de aviones Hanrriot, quien perdió la vida en una espectacular y fatal
caída", ante los propios ojos del aspirante a aviador. Pero eso no amilanó sus
ganas de convertirse en uno de los ícaros modernos.
Pettirossi siguió normalmente sus estudios. Para su espíritu inquieto y
arrollador, eran fastidiosamente monótonos los vuelos de “vuelta de pista”. Por
fin, luego de haber demostrado suficiente dominio sobre un viejo biplano en las
operaciones de despegue y aterrizaje, siempre acompañado de un instructor, este
se deshizo de sus cinturones y descendiendo del aparato le dijo: "¿Se siente
usted capaz de volar solo? Piense exclusivamente en mis indicaciones anteriores,
nada de fantasías y que Dios le acompañe".
Había llegado la hora esperada
"Por primera vez —según sus propias palabras— me había sentido dueño
exclusivo del aire, después de Dios".
Pero aún faltaban varias horas de vuelo para obtener el ansiado brevet, lo
que Pettirossi las cumplió con suficiencia.
Las últimas pruebas
Luego de realizar todas las pruebas requeridas, de haberse sometido a los
exámenes teóricos y prácticos de rigor, el 27 de enero de 1913, el joven aviador
paraguayo se presentó ante el capitán Aubry, representante del Aero Club de
Francia, quien concurrió al Aeródromo de la Escuela Depperdussin para presenciar
y certificar las pruebas rendidas por los aspirantes a obtener el brevet de
piloto aviador autorizado por la Federación de Aeronáutica Internacional.
Según Aponte, las pruebas exigidas consistieron en realizar dos veces cinco
“ochos” en torno a la vertical de dos puntos preestablecidos en el suelo,
distantes 500 m uno de otro; un descenso en vuelo planeado desde más de 100 m,
sin reponer motor, y aterrizar en la proximidad de un punto establecido de
antemano, y un vuelo de altura certificado por un barógrafo instalado dentro del
avión.
Todas estas pruebas fueron satisfechas a cabalidad por el joven paraguayo
y seguidas de cerca por importantes espectadores, como el cónsul del Paraguay en
Francia, el dueño de la Escuela, Armand Depperdussin; el mencionado Aubry y
otras personalidades de afamados aviadores.
Hace un siglo
El avión utilizado por Pettirossi fue un monoplano de pequeñas dimensiones,
con alas anchas y corto fuselaje, de aproximadamente 300 kg de peso, construido
por Depperdussin y equipado con un motor Ghome de 50 caballos de fuerza.
Días después, el 17 de febrero de 1913, hoy hace 100 años, el Aero Club de
Francia otorgó a Silvio Pettirossi el brevet n.º 1128, que lo habilitaba como
piloto aviador. De esa manera, el "Rey del Aire" —como alguien lo bautizó—
inició su corto reinado que sería abruptamente interrumpido, desgraciadamente,
poco más de tres años después.
El gobierno le había concedido una beca, y le dotó de dinero suficiente para
adquirir un biplano Farman y dos monoplanos Bleriot, versión militar, además de
repuestos y elementos que servirían para la instalación en nuestro país de una
escuela de aviación militar.
Un día de la segunda mitad de 1912, el joven y entusiasta Silvio Pettirossi
Pereira abordó en el puerto capitalino el buque que lo condujo a Buenos Aires
para allí abordar el transatlántico que le llevaría a Francia.
surucua@abc.com.py