lunes, 18 de febrero de 2013

Silvio Pettirossi y el inicio de un corto reinado

El 17 de febrero, pero de 1913, iniciaba una corta pero gloriosa carrera como aviador, abruptamente interrumpida poco más de tres años después. Como muchos pioneros colegas suyos, pagó con su vida la osadía de desafiar la condición humana.
 
 
Silvio Pettirossi, juntamente con el argentino Newbery, el brasileño Dumot y el peruano Chávez, integró el cuarteto de pioneros de la aviación suramericana. A menos de tres meses de haberse llevado a cabo el primer vuelo de aviación en el Paraguay (Marcel Paillette, 24 de noviembre de 1912), el paraguayo Silvio Pettirossi obtuvo su brevet n.º 1128 de piloto civil, otorgado por el Aero Club de Francia.
  
Con ese documento, tenía ganado su lugar en la historia de la aviación como uno de los pioneros de aquellos años heroicos, protagonizados por hombres con agallas que, montados en frágiles aparatos, un poco más grandes que pandorgas, surcaron los cielos del mundo para cumplir el viejo sueño del hombre: remontar vuelo como las aves.
 
Un joven inquieto
 
Silvio Pettirossi Pereira nació en Asunción, el 16 de junio de 1887, en el hogar de una acomodada familia, compuesta por el inmigrante italiano Antimo Pettirossi y doña Rufina Pereira Roldán. De niño, fue enviado a estudiar a Italia en los colegios de la pequeña ciudad de Spoleto y de Viterbo, ambas cercanas a Roma. Posteriormente, de regreso al país, culminó sus estudios en colegios asunceños.
 
Desde joven, Silvio Pettirossi se caracterizó por ser un muchacho bastante inquieto y temerario. Tal vez de lecturas de obras vernianas o, tal vez, conocedor de las hazañas de los hermanos Wright, no dudaba en arrojarse en rústicos paracaídas hechos con lonas de los barrancos aledaños a la quinta Caballero.
 
Su intrepidez lo llevó, en 1904, a enrolarse en filas revolucionarias y, por su destacada actuación, obtuvo el grado de alférez en comisión. Finalizado el movimiento revolucionario, viajó a Buenos Aires, donde activó en política, trabajando a favor de un amigo de su familia: el influyente senador Benito Villanueva. En reconocimiento a sus servicios, el señor Villanueva le consiguió un puesto en la Oficina bonaerense de Inmigración.
 
Coincidente con su presencia en Buenos Aires, varios acontecimientos —entre ellos la presencia de aviadores franceses que se sumaban a la celebración del centenario de la Independencia y las consiguientes demostraciones aéreas— avivaron aún más la vocación de nuestro compatriota.
 
El Gobierno argentino contrató a instructores europeos y formó a sus primeros pilotos, entre quienes se destacó Jorge Newbery, con quien estrechó lazos amistosos y quien le introdujo en los conocimientos técnicos de la aviación. Sus condiciones naturales de aprendizaje y asimilación le llevaron a conocer "a la perfección, con lujo de detalles, la constitución celular de los más modernos aviones que la incipiente industria aeronáutica universal lanzaba al campo de experimentación", según su biógrafo Leandro Aponte. Inclusive, en más de una ocasión, acompañó a Newbery a realizar vuelos experimentales y le animó a realizar cursos de aviación, de ser posible en Francia, entonces a la vanguardia de la industria aérea.
 
Gestiones para estudiar aviación
 
De regreso al país, Pettirossi realizó las gestiones para obtener apoyo gubernamental, para realizar sus estudios aun a costa del disgusto de sus padres, que desaprobaban los proyectos del joven.

Tozudo como él solo, logró interesar a varias personalidades del mundo político, ministros, militares, parlamentarios, quienes acogieron favorablemente los propósitos de Pettirossi. Ya con la cuasi aprobación del Gobierno para enviar a Pettirossi a Francia, consiguió a regañadientes el permiso familiar para hacerlo.
 
Así, un día de la segunda mitad de 1912, el joven y entusiasta Silvio Pettirossi Pereira abordó en el puerto capitalino el buque que lo condujo a Buenos Aires para allí abordar el transatlántico que le llevaría a Francia.
 
El gobierno le había concedido una beca, y le dotó de dinero suficiente para adquirir un biplano Farman y dos monoplanos Bleriot, versión militar, además de repuestos y elementos que servirían para la instalación en nuestro país de una escuela de aviación militar.
 
Rumbo a Francia
 
El 4 de octubre de 1912, Pettirossi se embarcó en Buenos Aires rumbo a Europa. Llegado a destino, se encontró con la ingrata noticia de que en Francia aún no existía una escuela de aviación militar —como habían informado en la Legación francesa— y que los militares de aviación franceses practicaban aviación en escuelas privadas.
 
Gestiones realizadas desde Asunción ante las autoridades francesas posibilitaron que el joven paraguayo ingresara a la escuela Depperdussin, que funcionaba en el Aeródromo de la Champagne, en Reims, Francia, un enorme campo para evoluciones aéreas en el que existía una cincuentena de hangares y donde practicaban famosos aviadores franceses de entonces.
 
Aciago inicio
 
Según relata el mayor Aponte, el primer contacto que Pettirossi tuvo con el mundo de la aviación "fue de lo más desagradable e impresionante, pues el día de su ingreso coincidió con el desgraciado accidente sufrido por el jefe piloto de la fábrica de aviones Hanrriot, quien perdió la vida en una espectacular y fatal caída", ante los propios ojos del aspirante a aviador. Pero eso no amilanó sus ganas de convertirse en uno de los ícaros modernos.
 
Pettirossi siguió normalmente sus estudios. Para su espíritu inquieto y arrollador, eran fastidiosamente monótonos los vuelos de “vuelta de pista”. Por fin, luego de haber demostrado suficiente dominio sobre un viejo biplano en las operaciones de despegue y aterrizaje, siempre acompañado de un instructor, este se deshizo de sus cinturones y descendiendo del aparato le dijo: "¿Se siente usted capaz de volar solo? Piense exclusivamente en mis indicaciones anteriores, nada de fantasías y que Dios le acompañe".
 
Había llegado la hora esperada
 
"Por primera vez —según sus propias palabras— me había sentido dueño exclusivo del aire, después de Dios".
 
Pero aún faltaban varias horas de vuelo para obtener el ansiado brevet, lo que Pettirossi las cumplió con suficiencia.
 
Las últimas pruebas
 
Luego de realizar todas las pruebas requeridas, de haberse sometido a los exámenes teóricos y prácticos de rigor, el 27 de enero de 1913, el joven aviador paraguayo se presentó ante el capitán Aubry, representante del Aero Club de Francia, quien concurrió al Aeródromo de la Escuela Depperdussin para presenciar y certificar las pruebas rendidas por los aspirantes a obtener el brevet de piloto aviador autorizado por la Federación de Aeronáutica Internacional.
Según Aponte, las pruebas exigidas consistieron en realizar dos veces cinco “ochos” en torno a la vertical de dos puntos preestablecidos en el suelo, distantes 500 m uno de otro; un descenso en vuelo planeado desde más de 100 m, sin reponer motor, y aterrizar en la proximidad de un punto establecido de antemano, y un vuelo de altura certificado por un barógrafo instalado dentro del avión.

Todas estas pruebas fueron satisfechas a cabalidad por el joven paraguayo y seguidas de cerca por importantes espectadores, como el cónsul del Paraguay en Francia, el dueño de la Escuela, Armand Depperdussin; el mencionado Aubry y otras personalidades de afamados aviadores.
 
Hace un siglo
 
El avión utilizado por Pettirossi fue un monoplano de pequeñas dimensiones, con alas anchas y corto fuselaje, de aproximadamente 300 kg de peso, construido por Depperdussin y equipado con un motor Ghome de 50 caballos de fuerza.
 
Días después, el 17 de febrero de 1913, hoy hace 100 años, el Aero Club de Francia otorgó a Silvio Pettirossi el brevet n.º 1128, que lo habilitaba como piloto aviador. De esa manera, el "Rey del Aire" —como alguien lo bautizó— inició su corto reinado que sería abruptamente interrumpido, desgraciadamente, poco más de tres años después.
 
El gobierno le había concedido una beca, y le dotó de dinero suficiente para adquirir un biplano Farman y dos monoplanos Bleriot, versión militar, además de repuestos y elementos que servirían para la instalación en nuestro país de una escuela de aviación militar.
 
Un día de la segunda mitad de 1912, el joven y entusiasta Silvio Pettirossi Pereira abordó en el puerto capitalino el buque que lo condujo a Buenos Aires para allí abordar el transatlántico que le llevaría a Francia.
 
surucua@abc.com.py